Hoy, hace veinte años, el viernes
7 de febrero de 1997, fallecía Daniil Shafran. Hay fechas que se quedan
grabadas en la memoria, y ésta es para mí una de ellas. Por entonces, cursaba
mi primer año de estudios en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Al día
siguiente, el sábado, cogía el vuelo a Moscú después de unos días de descanso
en casa. Urmas Tammik, que vino a despedirme al aeropuerto y que me había
estado suministrando grabaciones de Shafran durante varios años (¡cassettes y
vinilos del sello Melodiya!),
me dio la triste noticia. El arte de Shafran ha sido una fuente
constante de inspiración, por eso quiero aprovechar esta fecha tan señalada
para recordar a uno de los intérpretes más emblemáticos que ha dado la historia
del violonchelo, un intérprete cuyo estilo original tuvo, y sigue teniendo,
tantos defensores como detractores.
Nuestra profesión es, sobre todo, trabajo,
trabajo y trabajo.
Daniil Shafran [Даниил
Борисович Шафран] estudió con su padre, violonchelo solista de la
Orquesta Filarmónica Estatal de Petrogrado, y con Alexander Shtrimmer, profesor del
Conservatorio de Petrogrado. En 1937, con sólo 14 años, ganó el primer concurso
de violinistas y violonchelistas de la Unión Soviética. Más tarde ganaría los
concursos de violonchelo de Budapest (1949) y Praga (1950), lo que le permitió
comenzar las giras de conciertos en el extranjero. Aunque fue laureado con el
Premio del Estado de la URSS [Государственной премии СССР] en 1952,
y honrado luego con el título de Artista del Pueblo de la URSS [Народный артист
СССР] en 1977, Shafran no siempre pudo encontrar fácilmente el camino hacia el
escenario en su propia tierra. Varias veces al año tenía la oportunidad de tocar
en grandes auditorios, pero sus apariciones más frecuentes eran en salas
pequeñas. De hecho, en más de una ocasión recibió el calificativo malicioso de
“músico de cámara”. Esta afirmación sólo es admisible si consideramos que
Shafran fue un consumado maestro en la interpretación de las grandes formas
camerísticas, y si tenemos en cuenta que elevó el género de la miniatura a su
cota más alta, ámbito en el que no ha sido superado por ningún otro
violonchelista. Por otra parte, hizo una extensa carrera en el extranjero,
viajando por todo el mundo: su debut en Nueva York (Carnegie Hall) fue en 1960,
en Londres (Wigmore Hall) en 1964 y en Tokio en 1965.
Caricatura de Daniil Shafran por Francisco Ugalde (1972) |
No estoy de acuerdo con aquellos
que afirman que Rostropovich y Shafran representan los dos polos opuestos de la
escuela rusa (aunque ahora no entraré en justificar mi opinión, que merecería
una discusión aparte). Shafran fue un fenómeno individual e irrepetible, poseedor
de un lenguaje expresivo único en el ámbito de los instrumentos de cuerda, sustentado en una idiomática instrumental
personalísima y en elementos estético-interpretativos heredados del diecinueve. En la siguiente crítica de Antonio Fernández-Cid (ABC, 18 de abril de 1972), encontramos
aspectos que fueron más propios de los virtuosos de cuerda románticos: la
excentricidad, la desigualdad, la flexibilidad insinuante, la dificultad para
concertar o el abuso del portamento:
En el concierto de Schumann, la impresión no
puede ser categórica. El sonido es grande, en momentos llenísimo, siempre
cálido en el vibrato, pero no siempre equilibrado y puro en la línea que se
afecta. El mecanismo en pasajes, poderoso; en otros, carece de solidez y se
abusa del portamento. Esto aparte, no es fácil de acompañar y no dejó de
advertirse. En resumen, un concertista digno de este nombre por las virtudes,
pero no irreprochable ni en el concepto ni en la simple ejecución.
Esta reseña es un ejemplo de las
críticas contrarias a su estilo, que no siempre fue comprendido. La “simple
ejecución” es precisamente lo que Shafran había evitado y condenado. Puro en las intenciones, había huido
del concepto sonoro que se había convertido en el estándar desde la expansión
fonográfica. En una época en la que se ha
homogeneizado la expresión en los instrumentos de cuerda, el legado de Shafran cobra
vigencia con gran fuerza como ejemplo paradigmático de la
individualidad en el estilo. Gracias a las grabaciones, el arte y el legado de
Daniil Shafran permanecen y constituyen una verdadera y constante escuela de
aprendizaje. Shafran nunca enseñó formalmente en ninguna institución, por
tanto no creó una “escuela” en el sentido estricto de la palabra, pero su
creatividad y su concepción de la interpretación musical han tenido un enorme
impacto en muchas generaciones de violonchelistas (¡y no sólo de
violonchelistas!) hasta nuestros días. Shafran
nos dejó la siguiente reflexión, que es bastante clarificadora sobre las
preocupaciones que han de prevalecer, también, en la práctica pedagógica:
Creo que muchos maestros hoy en día están
obsesionados con la perfección técnica, y es porque ellos mismos no son conscientes
de la importancia del aspecto emocional en la interpretación, ellos son
incapaces de transmitirlo.
Shafran era una persona
trabajadora, tranquila, honesta en el desarrollo de su actividad
profesional y poseedora de una cultura excepcional. Su dedicación al
violonchelo era diaria y disciplinada. Él mismo reconocía que había algunos
virtuosos que podían dar su máxima excelencia sin una práctica constante, pero
que él no era uno de ellos. Su jornada de estudio comenzaba muy temprano, estudiando
entre cinco y seis horas todos los días. Los primeros quince minutos de estudio
los dedicaba a refrescar “los reflejos de la belleza tonal” con una pieza
cantabile. Como dijera el propio Shafran, “ni un minuto, ni un instante, puede
ser mecánico ni distraído. Cuando hablo de la necesidad de trabajar con
inspiración, puede sonar grandilocuente o rimbombante, sin embargo sólo así se puede definir la esencia de mi relación con el estudio”. Shafran, por
otro lado, no deja espacio para el arbitrio, todo es razonado bajo la luz de
estos principios. Vera Guseva, su hija, explica que durante el estudio estaba en una constante búsqueda del
sonido y de la digitación más apropiada. Una
muestra de ello se puede observar en el siguiente vídeo de unos ensayos del
concierto de Dvořák con la
Orquesta Filarmónica de Novosibirsk en 1993. El carácter del
tema, el vibrato con todos sus matices, los cambios de posición, los
portamentos, las inflexiones del sonido... todo es idéntico en la segunda
repetición del mismo pasaje durante el ensayo.
La interpretación musical era
para Shafran un acto de honestidad: “En toda mi vida como violonchelista me he
preocupado mucho y sobre todo de ser yo mismo, de que no me abandone
el estado interior que está inmerso en las imágenes artísticas de las
composiciones, estado que es para mí un elemento imprescindible”. Él pensaba
que el intérprete debía respirar el contenido musical de una composición a
través de su propia alma, siempre desde el estudio minucioso de la partitura.
Vera Guseva escribe:
Daniil fue un romántico y se consideraba a sí
mismo como un creador cuando interpretaba, en el sentido de que pensaba que su
misión era la de transmisor del lenguaje personal de un compositor. Pero al
mismo tiempo abrazó la idea de que la música no podía dejar de ser filtrada a
través de su propia alma. Así, estudiaba cuidadosamente el texto y hacía todo
lo posible por entender cada una de las indicaciones del compositor, para
después liberar su pensamiento y su sentimiento de artista.
Único e irrepetible, con sólo oír
unas pocas notas identificamos al Maestro. Cualquier pieza bajo su arco es algo
nuevo, una sorpresa, un río de fantasía desbordada: el capricho y la elocuencia
de su arco, sus inconfundibles sonidos plateados, su capacidad para transformar
cualquier tipo de sonido al instante, su atención al más mínimo detalle, a
la filigrana, su habilidad para obtener todos los sonidos posibles, desde el
filado más sutil hasta el sonido ronco y poderoso de su Amati... sin olvidar su
digitación galáctica y su extraordinario vibrato, que según mi opinión, es el
más rico y variado que se haya conocido entre los violonchelistas. Con todo
ello, Shafran conformaba una sintáctica demoledora de cualquier pieza y encarnaba
como nadie todos los espectros de la emoción humana, desde la ternura más sobrecogedora hasta la estridencia
y arrogancia más poderosa.
Portada del ensayo monográfico 'Daniil Shafran' de I. Yampolsky (1974) |
Gracias a las grabaciones, el
arte de los intérpretes del pasado está en una reevaluación constante, que nos permite apreciar retrospectivamente la evolución de la
interpretación musical y evaluar cabalmente el calibre de los fenómenos
artísticos actuales. En lo que atañe a Daniil Shafran, el paso del tiempo no
hace sino engrandecer su legado.
7 de febrero de 2017
Precioso
ResponderEliminarExcelente artículo sobre uno de los más fantásticos violoncellistas de todos los tiempos , a mi juicio no siempre valorado en su justa medida , ídolo de mi juventud y del presente - ya superados los sesenta . Mis felicitaciones al profesor Zurita !
ResponderEliminarInteresante articulo.Gracias
ResponderEliminarTrino, gracias por este artículo. Daniil Shafran, indefectiblemente, me toca en lo más hondo.
ResponderEliminarhace poco que descubrí a este cellista y desde la primera vez me encantó , pero querría tener más información acerca de el y de su música , no se donde podría mirar porque no hay mucho en internet
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